Otra Mirada de un Chile extraviado, el vacío espiritual

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Por Jaime Abedrapo, Director Escuela de Gobierno USS

Las causas de la violencia actual la tenemos asociada a un país que ha ido desprestigiando sus instituciones fundamentales o permanentes. En efecto, casos de corrupción en el Ejército, Carabineros y Contraloría General de la República; además de un Congreso que normalizó el financiamiento ilegal de las campañas políticas; un ministerio público que, por medio de pugnas de egos entre los fiscales, poca efectividad en los procesos penales y también comparsa del silencio y ocultamiento en las irregularidades de las campañas políticas, y con la anuencia del Servicio de Impuesto Internos, nos han demostrado que el orden actual no es justo, y que delinquir no trae consecuencias, por lo menos para los poderosos. En esa misma dirección, debemos constatar que el garantismo en sede penal incentiva el irrespeto a la ley.

Lo anterior en un contexto generalizado de abusos amparado en una tecnocracia que hasta hoy, por falta de políticos de altura, dirime respecto a la situación de los ciudadanos ante el ajuste en los cobros unilaterales de las autopistas; con áreas desreguladas desde el interés público y coludidas en conseguir establecer un oligopolio que impone la insensatez en los precios de los medicamentos, en un ámbito en el cual el sistema de AFP son muy eficientes para conseguir una alta rentabilidad en contraposición a los montos de pensiones distribuidos a nuestros viejos.

La sostenibilidad del régimen descrito se comprende en el seno de una sociedad que exige mayoritariamente no impulsar la solidaridad intergeneracional y social en el sector salud (entre otros), en un marco en el cual los políticos guardan silencio frente a las encuestas que revelan este sentimiento egoísta.

Los ciudadanos han aprendido del ethos predominante que explica (jamás justifica) la irrupción de la violencia actual, la cual ha surgido de una acción insurreccional planificada por unos pocos y que buscaría eliminar en orden político y social actual. Por la magnitud de la convocatoria parecieran haber empatizado con quienes se han hastiado con los argumentos acerca del derecho de hacer lo que quiera con sus ahorros, su dinero y su vida. ¿Qué tengo que ver con un Estado ineficiente que hará sólo mal uso de mi capital y con personas que no conozco? Las premisas ante esa interrogante son claras: los burócratas politizados harán mal uso de los recursos y, además, no tengo obligación de apoyar a los demás, la sociedad está para servirme y no tengo porque interiorizarme de las dificultades de los demás.

¿Aún no entienden por qué llegamos a este estallido social?

Si aún no se comprende el cómo y porqué se ha ido vaciando nuestro espíritu como nación, sigamos apreciando el negocio de la salud que se ha extendido significativamente gracias a su alta rentabilidad. Ello por medio de un sistema desregulado que tiene la capacidad de establecer unilateralmente los precios a los usuarios (clientes), “y al que no le guste que se vaya al sistema público donde está la gran mayoría de la población que en términos generales brinda un servicio muy deficiente para “ciudadanos de segunda””.

En efecto, las razones del estallido social parecieran estar respondiendo a lo descrito y no meramente el alza del pasaje del Metro en Santiago, aunque ciertamente aquellos que están destruyendo el metro, quemando buses, saqueando supermercados, incendiando centros comerciales,  creando miedo y odio en la sociedad no tienen un sentido solidario, ni de orden justo, sino que, por el contrario, son herederos de ese orden individualista (nihilista) – rentista – que hemos gestado a objeto de maximizar rentabilidad individual sin visión de sociedad.

Hoy mucho piensan en la necesidad de más cárceles porque estos hombres y mujeres que sólo saben de vandalismo son antisociales, y posiblemente seguidores de un régimen totalitario como el Maduro en Venezuela, o tal vez han sido condicionado por células anarquistas que están desestabilizando el gobierno de turno. Esas hipótesis no resultan consistentes si queremos ver la realidad de quienes están creando el miedo de hoy, el cual nació justo el día en que nos olvidamos de que somos fruto de nuestra infancia y que el desarrollo no es sólo un conjunto de indicadores de estabilidad macroeconómica, sino que es un lazo profundo entre los gobernados y gobernantes que sólo se da cuando nos conocemos y nos debemos los unos a los otros.

En consecuencia, me quedo con los cacerolazos y el espacio de encuentro que vimos en la Plaza Ñuñoa, donde la respuesta no sólo fue pacífica, sino que muy humana y comprometida con la justicia y paz social. Allí hay esperanza y la posibilidad de renovar nuestro compromiso por el vecino, amigo y forastero en un contexto de amistad cívica. Terminar con la lógica de que ser es igual a teneresa es una buena manera de empezar un reencuentro nacional, con más fraternidad y menos materialismo en nuestras aspiraciones. Son tiempos de sentir la amistad del prójimo (o por lo menos respeto) y no la indiferencia oculta tras una racionalidad cartesiana.

No llamo a la cordura que signifique volver al país a la situación política y social previa al 18 de octubre, llamo a reconectarnos en comunidad y dar respuestas verdaderas a los desafíos como sociedad. Es decir, ni más ni menos que escucharnos y tener la capacidad de ponerse en el lugar del más desamparado social y espiritualmente (pudiendo ser ellos pobres o ricos en lo material), ya que hay muchos ricos que en su abundancia monetaria son pobres porque están encerrados protegiendo sus fortunas, solos y sin sentido de vida social.

El egoísmo de muchos y las turbas deshumanizadas que nos provocan el miedo y la destrucción son el camino del desencuentro, dolor e irrespeto entre nosotros, lo cual requiere como respuesta primeramente alimentar el espíritu de comunidad extraviado.

Fuente: www.latercera.com

Fotografía portada: radiopanama.com